sábado, 11 de diciembre de 2010

Reconciliación con Ernesto Sábato

En una estupenda entrada de su blog, Antonio Muñoz Molina habla de la libertad suprema de la literatura y el libre albedrío de cada cual para decidir qué es o deja de ser una obra maestra. También habla del distinto encaje o desencaje que puede tener una novela en función del momento de la vida en el que se lea, de cómo ladrillos inabordables llegan a convertirse en auténticas maravillas y como obras geniales con el paso del tiempo pierden todo su fulgor como la esencia de un buen perfume mal embotellado que se evapora con el tiempo.
Esto a veces, pocas, pasa en el breve trascurso de la lectura de una obra. A mí me ha pasado con la novela Sobre héroes y tumbas. Llegué a ella por muchas referencias - especialmente una de David Torres - su inicio me deslumbró, sus primeros capítulos me arrastraron al abismo del abandono de aquellas pocas obras que me parecen infumables (reseñable de momento se me resiste el dichoso Ulises) y de repente, la obra empezó a renacer para convertirse en una obra de arte que a ratos nacía para sólo unas páginas más tarde volver a morir. Al fin la he terminado con un sentimiento amargo de no haber entendido algo.

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