domingo, 15 de enero de 2012

El Asedio

No despierta muchas simpatía Pérez Reverte. O para ser del todo justos, no despierta muchas simpatías Pérez Reverte entre mis familiares, ni idea de lo que sucederá de puertas para fuera, ni, como diría él, maldito lo que me importa. Muchos le tienen por un mercenario de la literatura que vive de las rentas. Difama, difama, que algo queda, porque no hace tanto que escuchaba a mi padre asignarle anacronismos, a él, que creo que es uno de los autores más se trabaja ese aspecto. Yo, como no me gusta hacer de abogado de nadie, ni me molesto en defenderle, descontando, eso sí, el dinero que ya me he dejado en libros de este autor regalados a este mismo que le acusa de poco riguroso. Pero la realidad es que a mí, que crecí leyendo y releyendo libros de Alejandro Dumas, me gusta mucho Arturo Pérez Reverte, y nunca dejaré de agradecerle encontrar en él la continuidad de las mejores novelas del autor francés, y digo las mejores, porque dejando aparte El Conde Montecristo, Los Tres Moqueteros, Veinte Años Después y El Vizconde Bragelonne, el resto de las novelas de Dumas (no muchas más) que he intentado leer me han parecido infumables. 
Que Pérez Reverte reproduce en algunas de sus novelas la capacidad literaria de  Dumas, es algo que nadie podrá quitarme de la cabeza, porque es en mi cabeza donde se mezclan los rasgos hasta hacerse imposible distinguir unos de otros, de Edmond Dantés, el Conde de la Fère, el Capitán Alatriste o un tal Capitán Lobo del que acabo de despedirme. 
Puede parecer simplista, y más en en estos tiempos que corren en los que hay tantos que se les llena la boca hablando de Cultura, pero no pido más y no me canso de repetirlo: en la literatura (como en el cine) busco principalmente entretenimiento. No me ha hecho falta más para arrastrar detrás de mí más de quinientas novelas (me da vértigo calcular lo que supone eso en tiempo) cifra más que suficiente para saber lo que me gusta o deja de gustarme. No ha hecho falta más, ni tampoco menos, porque a estas alturas, hecho el paladar literario a ciertas exquisitices, necesito para disfrutar con una novela mucho más que una historia entretenida, me hace falta mucha de esa carpintería de la que habla García Márquez, una buena estructura, una buena ambientación, verosimilitud, ritmo, creación del personaje, musicalidad en la prosa... yo qué sé, que esté bien escrita, leches. Y ésta debe estarlo porque Pérez Reverte ha conseguido mantenerme enganchado durante más de setecientas páginas y, lo que es mejor, recuperar esa sensación inigualable de regresar a casa con la prisa que otorga la historia inacabada que espera en una estantería. A algunos la intriga les parecerá cogida con alfileres, pero da gusto encontrarse de nuevo con esos personajes plagados de cicatrices, sonrisas atravesadas y almas retorcidas. Da gusto sentir que durante unas semanas has vivido en un Cádiz asediado por las tropas napoleónicas. Da gusto divertirse leyendo, sin más. 

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