miércoles, 31 de octubre de 2012

¿Impresionado?


Uno tiene que saber cuando parar. No creo que haya muchas niñas que hayan visitado más viveros que mis hijas. Hago verdaderos esfuerzos por buscar en cada visita un atractivo para ellas. Los viveros en los que venden mascotas son un valor seguro y tengo uno cerca de casa donde tienen un foxterrier al que le encanta jugar con los niños y me ayuda a salir del paso. Pero la verdad es que en en general las niñas se aburren. No me ha quedado otra que asumirlo hace unos días, cuando mi hija de seis años al aterrizar en un vivero nuevo estalló en una avalancha de protestas:
-¡Ooootro vivero!. ¡Siempre viveros!. ¿Pero por qué estás tan impresionado con los árboles?, eh, papá, ¿por qué estas tan impresionado?. Siempre árboles. ¡Estás impresionado!
¿Impresionado?. ¿Estoy impresionado?. Hombre, yo me calificaría de muchas maneras, pero impresionado... Después de una breve charla y un repaso rapidito al vivero, nos fuimos a la carrera, justo más o menos cuando entendí que mi hija aún no sabe cómo se dice obsesionado.

Motivos para el optimismo en la Ribera


Desde que empecé a leer sobre jardinería y paisajismo, y no digamos ya desde que me dio por escribir en este blog las elucubraciones que se me van ocurriendo, veo el mundo con otros ojos. Debe ser lo que llaman espíritu crítico. Esto tiene grandes ventajas, pero, ¡ay!, también grandes inconvenientes. Ahora percibo un trasfondo interesante en sitios que no hace tanto me hubieran pasado desapercibidos. Un fresno con una coloración otoñal espectacular me ha tenido una semana encandilado, como la doble hilera de liquidámbar que hay a la salida de mi ciudad. Y estos son ejemplos muy evidentes, pero hay cosas mucho más sencillas. En un eje me interesa desde un erial abandonado donde han crecido plantas silvestres hasta un jardín elaborado con mimo por algún profesional, y en el otro desde la minúscula jardinera de una vecina saturada de dalias hasta un jardín inmenso como el Retiro que siempre ha estado ahí sin que yo lo mirara. Hay infinidad de cosas que ahora son capaces de despertar mis sentidos y hacerme pensar en aspectos que antes ni se me hubieran pasado por la cabeza. El inconveniente es que las otras cosas también están ahí, y tampoco pasan desapercibidas, las atrocidades que antes no veía y ahora saltan a la vista del que ha aprendido a mirar, la fealdad que nos rodea por todas partes y llega a doler, porque en España la fealdad llega a doler. 
Me he dado cuenta leyendo un artículo de Antonio Muñoz Molina, en el que se queja de la insensatez  constructiva a la que nos hemos lanzado en este país durante décadas. A nuestro alrededor hay tantas casas, naves industriales, calles, urbanizaciones, rotondas, esculturas y plantaciones horrorosas, insostenibles y absurdas que uno no puede más que aplaudir la idea del artículo sobre la creación de una empresa destructora que se encargue de limpiar la ruina que las empresas constructoras han dejado a su paso. Aunque me temo que no habrá un dios que encuentre para una empresa tan romántica el empuje económico que tuvieron aquellas en los tiempos de bonanza.
En lo que no estoy de acuerdo con el autor del artículo, es en achacar esta falta de gusto a la celeridad con la que pasamos de la pobreza a la abundancia en la últimas década. Yo creo que es un tema educacional y cultural que arrastramos desde mucho antes y que ha superado a lo largo de la historia más de una oscilación de la pobreza a la abundancia y viceversa. No hablo de cultura en el sentido amplio de la palabra, sino específicamente de la cultura del diseño. Si puedes hacer algo barato y que funcione, ¿para qué preocuparte de si estéticamente agradable?. Para presumir y ostentar, quizás, pero desde luego no por un mínimo sentido de la estética. Por suerte empezamos a dar muestras de que nuestra sensibilidad estética está creciendo. Nos queda camino que recorrer y mucho desastre por arreglar, pero quizás con tiempo, quizás aprendiendo a mirar, quizás apreciando y, por qué no, imitando los ejemplos de buen diseño que nos encontremos, quizás esforzándonos por aprender y dejándonos aconsejar, quizás aplicándonos a nuestro paisaje (y con nuestro paisaje me refiero literalmente al nuestro, el de cada uno, nuestra jardinera, nuestro patio, nuestro huerto, nuestra casa en el campo, nuestro parque, nuestra calle, nuestro pueblo) con espíritu crítico, la excepción llegue a ser regla. 
Yo como clavos de esperanza a los que agarrarme, de entre los muchos ejemplos que encuentro, hoy me apetece quedarme con dos restauraciones que me sorprendieron este verano en la Ribera del Duero. Dos ejemplos de que hay cosas que sí mejoran con el paso de los años: el monasterio de Santa María de Valbuena de Duero, monasterio cisterciense que yo conocí con el encanto del abandono y la guía de un párroco que venció el malhumor de la siesta que le acabábamos de estropear con la ilusión de enseñar sus dominios a una curiosa decena de adolescentes interesados. Ahora creo que se le da uso como sede de las Edades del Hombre y los alrededores los han acondicionado con bastante buen gusto. Y el segundo ejemplo es la bodega evolucionada a hotel de lujo, Le Domaine Abadía Retuerta. 

Monasterio de Santa María de Valbuena






Bodega y Hotel Le Domaine Abadía Retuerta
A ver si con lo de Le Domaine se nos pega algo de los franceses y tiramos para arriba de una zona como la Ribera del Duero, que tiene capacidad para estar paisajísticamente a la altura de la fama de sus vinos. Restauraciones como estas, u otras como la del castillo de Peñafiel, y construcciones arquitectónicas y proyectos de paisajismo de tono mucho más moderno, como los de bodegas Portia, Legaris, Cepa21, Protos, Montecastro, Pago de los Capellanes, Qumrán o Abascal, espero que sean solo el comienzo de una norma por la que la producción de vino no esté reñida con la atracción de turismo hacia un paisaje que simplemente (ojalá fuera simplemente) es hermoso.  

domingo, 28 de octubre de 2012

Setas de Otoño

De la visita de este fin de semana al terruño, extraigo dos conclusiones:

  • Debería hacer un curso de micología.
  • En mi búsqueda de árboles con coloración otoñal, mejor me centro en los que producen tonos rojos y naranjas. Los amarillos los tengo cubiertos.












martes, 23 de octubre de 2012

Jardín en el Fynbos - Segunda Parte


Son ya unas cuantas las entradas de este blog dedicadas a proyectos de arquitectura y paisajismo destacables por su capacidad de integración con el paisaje en el que se han desarrollado. Proyectos en los que sus autores logran la elevada cualidad de la transparencia. Creo que fue con Paisajismo a favor del Paisaje con la que empecé la serie. El jardín de esta entrada es otro buen ejemplo, pero en este caso con el difícil condicionante de tener que hacerlo en un paisaje excepcionalmente particular. Tan particular que me obligué a escribir la entrada precedente como medio para entender y valorar su particularidad. Entre el océano Atlántico y la colosal Table Mountain, rodeado en tres de sus caras por el Fynbos, el más pequeño y rico de los reinos florísticos, se sitúa este jardín de tan solo 1750 metros cuadrados. 

¿Qué hacer cuándo te rodea semejante paisaje? Quizás lo lógico sería cerrar la parcela tras fuertes setos, diseñar dentro el jardín que te plazca, y como mucho dejar un espacio para disfrutar de las vistas de la bahía y el puerto. La segunda opción es lanzarte a la locura de tratar de diseñar un jardín adaptado a semejante galimatías botánico. Encerrarte y aislar o abrirte y mezclar. Al arquitecto Antonio Zaninovic, al diseñador de interiores Lucien Rees Robert y al paisajista David Kelly (estos dos últimos del estudio Rees Robert + Partnerts LLC de Nueva York) deben gustarles los retos, porque optaron por lo segundo. De hecho, fueron más lejos de lo habitual, ya que su idea pasaba por enlazar el interior de la casa con el jardín y éste con el paisaje, tejer sin costuras el interior y exterior mediante el uso de colores, texturas, formas y plantaciones adecuadas. Arquitectura, interiorismo, jardinería y paisajismo en un único proyecto. En palabras de David Kelly, la idea es que cada disciplina informe a las demás de forma que crezcan juntas. Los resultados de semejante filosofía saltan a la vista.




La casa, diseñada por Antonio Zaninovic, como todas las que suelen aparecer por aquí: modernista con formas rectilíneas y líneas limpias. Se sitúa por debajo del nivel de la calle de entrada, lo que la da una gran privacidad, y se accede a ella a través de un patio de entrada en el que destacan un castaño del Cabo (Calodendrum capense) trasplantado de un jardín cercano y un estanque en forma de lámina de agua rectangular. El patio de entrada da privacidad y protege de los vientos, pero sobre todo hace de espacio de enlace que suaviza la transición entre la calle y el paisaje al que se accede a través de la casa. 




La tranquilidad que trasmite la lámina de agua y el aroma de los arbustos, son como una bocanada de oxígeno calmante antes de entrar en la riqueza que rodea la casa. Porque una vez que entras en la casa ya no hay respiro, a tu alrededor se despliegan los elementos centrales del jardín, una espectacular piscina natural con una plataforma de madera, y sobre todo el paisaje del espacio protegido que rodea la casa. Y este paisaje rodea la casa y la piscina hasta sus mismos bordes, ya que dentro de la parcela un jardín de fynbos de desliza sobre su pendiente, integrando jardín y paisaje y devolviendo al espectador al espacio salvaje de la reserva natural y a las vistas sobre la ciudad y el océano. Para incrementar la sensación de integración con el entorno, las vallas defensivas están ocultas tras árboles podados para conseguir densidad. 
El jardín, debía recrear la textura y riqueza del fynbos y para conseguirlo contaron con la ayuda del paisajista y botánico Marijke Honig, especialista en la flora de la zona del Cabo. Una plantación de este tipo no se podía permitir hacer simples agrupaciones de especies nativas, era muy importante recrear el tapiz de especies fuertemente entrelazadas que conforma en fynbos. Además de la complejidad del diseño, un jardín de este tipo implica importantes retos en el campo del mantenimiento, ya que las especies propias del fynbos necesitan el fuego para su regeneración, por lo que salvo quema controlada, que no creo que apliquen en una parcela de estas dimensiones, la única opción viable es mantener una política de replanteo de especies de forma que todo el jardín se renueve cada 4 años. 




Honig también participó en la elección de las especies que se encargan de depurar el agua en la zona de regeneración de la piscina natural. El agua se bombea desde la piscina hasta un estanque superior que se extiende desde el interior de la casa al exterior, y desde el que el agua cae en una serie de cascadas para retornar a la zona de regeneración adyacente a la piscina. Todo este trasiego, que incluye una espectacular lámina de agua sobre la ventada de la sauna, permite oxigenar el agua, y este proceso de aireación, junto con la capacidad limpiadora de las plantas y el filtrado a través de un sistema de arena y grava, elimina la necesidad de emplear productos químicos... y supongo que da ese color verdoso tan sugerente (para los que les guste bañarse en un lago) que se ve en las fotos. 





Fuentes: Rees Roberts + Partnerts LLC, Antonio Zaninovic, ASLA Awards 2010, Landscape Architecture Magazine Agosto 2011

lunes, 22 de octubre de 2012

Un Jardín en el Fynbos - Primera Parte


El Fynbos es un paisaje de matorral esclerófilo propio de la región del Cabo en Sudáfrica. Lo de esclerófilo se traduce en que está formado por arbustos duros, ásperos, amigos de la sequía y de los incendios periódicos que los renuevan. El Fynbos es el equivalente a nuestra garriga mediterránea o al chaparral americano. Equivalente pero muy distinto. Vamos con una nociones de taxonomía botánica para entender por qué es tan distinto. 
El reino vegetal se clasifica en torno a los conceptos de especie, género y familia. La especie tiene un nombre formado por dos palabras latinas (como curiosidad la primera debe empezar en mayúscula y la segunda en minúscula) y representa la categoría básica de clasificación. Por ejemplo, la encina es una especie que en botánica se denomina Quercus ilex. En realidad la especie no es el grano más fino, a su vez una especie puede tener subespecies o razas, nombradas añadiendo al nombre latino de la especie una tercera palabra latina conectada a las dos de la especie por una abreviatura que indica su rango. Para nuestra encina tenemos al menos Quercus ilex subsp. ilex (de hojas más grandes y lisas) y Quercus ilex subsp. ballota (de hojas con borde espinoso). Las subespecies por supuesto se hibridan, para liar más la cosa. 
El genéro engloba a un conjunto de especies que son suficientemente próximas entre sí desde un punto de vista evolutivo (lo que suele querer decir que se parecen bastante o comparten caracteres comunes) y se nombra mediante la primera palabra latina de sus especies. Así la encina pertenece al género Quercus, igual que todas las especies de roble, que pueden parecernos en ocasiones muy distintos entre sí (de hecho el género Quercus se divide en  subgeneros y secciones) pero que al final no dejarán de producir bellotas para mostrar que algo tienen que ver entre sí. 
Ya es fácil deducir qué es la familia: un conjunto de géneros emparentados evolutivamente que se nombran con una sola palabra latina que lleva la terminación -aceae. El nombre de la familia, salvo en algunos casos en los que existen nombres tradicionales, se forma a partir del nombre de uno de los géneros que la forman. ¿Para nuestra encina?: las Fagaceae, que toma el nombre de uno de sus géneros, el Fagus, el género de la apreciada Haya. Las Fagaceae además engloba al ya mencionado Quercus, el Castanea que engloba distintas especies de castaño y otros seis géneros con especies mucho menos conocidos por estos lares. Tanto el Fagus como el Castanea engloban unas diez especies cada uno, no demasiadas. Y no es menos cierto que hay géneros que incluyen una sola especie (genéros monoespecíficos). Pero otros géneros pertenecientes a las Fagáceas contienen muchísimas más especies. Por ejemplo el asiático Lithocarpus contiene más de 300 especies, el Castanopsis, también asiático, unas 120 y nuestro querido Quercus, la friolera de alrededor de 500 especies de robles. Y no olvidemos que cada especie puede tener subespecies. Creo que esto vale para  hacernos una idea de la complejidad y variedad que puede tener una Familia vegetal. 
Sin perder esto de vista, podemos entrar en la fitogeografía, una disciplina que divide y clasifica la geografía en base a las especies que crecen en cada territorio. Conociendo lo de especie, género y familia, no es complicado: un Reino Floral es una zona geográfica que contiene un elevado número de familias exclusivas de su región, esto es, endémicas. Una Región Floral contiene un alto grado de géneros endémicos y una Provincia Floral un elevado número de especies endémicas. Como ya hemos visto la enorme variedad que puede contener una Familia, no es difícil extraer lo especial o grande que debe ser una región capaz de contener un alto grado de familias endémicas. Tanto es así, que el mundo se encuentra dividido en sólo seis reinos florales, que contienen en su conjunto 35 Regiones y 152 provincias. 
Los Reinos Florales son:
  • Reino Holártico: incluye casi toda Norteamérica, toda Europa, la región mediterránea de África y toda Asia al norte de una línea que va desde el sur de la Península del Sinaí hasta Taiwan atravesando el Himalaya. 
  • Reino Paleotrópico: contiene África y Asia, salvo las zonas incluidas en el Holártico. También incluye el norte de Nueva Zelanda.
  • Reino Neotrópico: Centroamérica y Sudamérica (salvo el extremo sur de los Andes) además de las dos fajas costeras que atraviesan México y llegan al sur de California y Florida
  • Reino Sudafricano: extremo meridional de Sudáfrica. 
  • Reino Australiano: Australia y Tasmania. 
  • Reino Antártico: el extremo sur de los Andes y Tierra del Fuego en Sudamérica, la mitad sur de la isla sur de Nueva Zelanda, la Antártida y las islas que la rodean. 
¿Alguien se da cuenta del elemento discordante en la secuencia? Vamos a verlo en un mapa:
Sí, la mancha morada del pico sur de África es el reino Sudáfricano o Capense. ¿Cómo es posible que todos los reinos tengan la desmesura del hemisferio norte, o Sudamérica o Australia y uno de ellos se circunscriba a una minúscula región africana? Pues porque esta región del Cabo, en la punta sur de Sudáfrica, es muy especial en términos botánicos. Tan especial como para tener familias (recuérdese lo amplia que puede ser una familia) específicas suficiente para que los botánicos le otorguen la categoría de reino. En superficie la región es comparativamente minúscula, engloba menos del 0,5% de la superficie africana, pero en riqueza botánica es inmensa, posee en torno al 20% de la flora del continente. Unas 9.000 especies distintas de plantas, de las que el 69% son endémicas de la región. Y la mayoría asociadas al Fynbos, ese matorral modesto de clima mediterráneo amigo del fuego que esconde al ojo inexperto una biodiversidad excepcional. Unos cuantos kilómetros cuadrados de Fynbos pueden contener más variedad vegetal que países enteros, y además de especies que sólo encontramos allí. Puede resultar difícil de creer, pero este matorral que no llega a la altura de la rodilla, es más diverso que las selvas tropicales. 
¿Y si tuviéramos que hacer un jardín en medio del Fynbos? Un ejemplo en la siguiente entrada, que esta ya empieza a ser excesiva incluso para un tostón como yo.

Fuente: wikipedia

jueves, 11 de octubre de 2012

Antes de la High Line


Que no se me entienda mal. La High Line me gusta, es más, me encanta. La idea de recuperar una estructura férrea elevada abandonada para reconvertirla en jardín me parece estupenda. Y desde luego no soy el único que piensa así. Ayer leía que la High Line ya atrae más turistas que la mayoría de museos de Nueva York, y parece que ha dinamizado la zona por donde discurre hasta límites que ni los más optimistas preveían. No es extraño porque parte de conceptos que en sí mismos no tienen desperdicio: recupera una estructura ya construida cuya demolición hubiera costado un pastón, crea un pasillo verde elevado que no interfiere con el tráfico, evoluciona la idea de un jardín en el tejado a la de un tejado para el jardín, surge de la iniciativa y el empuje ciudadano, cuenta con diseños del paisajista posiblemente más afamado del momento y soporta principalmente plantaciones de perennes y arbustos que intentan que no olvidemos el espíritu de naturaleza  prístina del que surgió todo. Pero... ¿No es demasiado pulcra?. Esas baldosas, esos bancos de diseño, las barandillas impolutas, las plantaciones exuberantes de Oudolf. Entiendo que debe ser así, como parque público debe proporcionar comodidad y accesibilidad a los viandantes, y en realidad han ido más lejos de lo que lo hubiera casi nadie. Por ejemplo, no creo que haya muchos parques cuyo cuidado requiera del voluntariado ciudadano debido a un diseño que obliga a enormes labores de mantenimiento e impide el uso de maquinaria. Pero, ¿no han dado demasiado la espalda a lo que de verdad propició que la High Line exista? Otros jardines nacidos de una misma motivación, como el Schoneberger Sudgelande Nature Park de Berlín, han tratado de dar acceso a los ciudadanos a la vegetación espontánea que despertó la sensibilidad de los paisajistas y urbanistas. En la High Line, se ha hecho borrón y cuenta nueva. Se ha empezado de cero, buscando recuperar el espíritu de lo que allí crecía, sí, pero sin dejar rastro de lo que allí crecía. Y aunque sé que no podía ser de otra manera, porque no se me escapa que acondicionar una estructura como ese viaducto para el viandante requiere intervenciones disruptivas, me da cierta lástima. Porque ¿existiría la High Line si no fuera por la actividad colonizadora de unas cuantas especies dispuestas a recuperar el menor espacio que el hombre deje abandonado?. Si estas plantas no hubieran despertado con su belleza a unos cuantos neoyorquinos, ¿a alguien se le hubiera ocurrido construir ahí arriba un jardín?. En el libro El Mundo Sin Nosotros, Alan Weisman analiza en los primeros capítulos lo que sucedería con una ciudad como Nueva York si el hombre desapareciera de la faz de la tierra. Creo que su texto sobre la hipotética toma de la ciudad por la vegetación es un inmejorable resumen de lo que estoy hablando: 

Las primeras plantas ni siquiera tendrán que esperar a que se abra el pavimento. A partir del mantillo que se habrá ido acumulando en las cunetas, empezará a formarse una capa de suelo sobre el estéril caparazón de Nueva York, y las plantas no tardarán en brotar. Eso es precisamente lo que ha ocurrido, con mucho menos material orgánico disponible -solo el polvo y el hollín urbano arrastrado por el viento-, en una vía elevada abandonada del Ferrocarril Central de Nueva York situada en el West Side de Manhattan. Desde que los trenes dejaron de pasar por allí en 1980, a los inevitables ailantos se les ha unido una capa cada vez más gruesa de formental y betónica, acompañada de macizos de vara de oro. En algunos lugares, la vía asoma en el segundo piso de los almacenes a los que antaño servía en forma de elevados parterres de azafrán, iris, hierba del asno, áster y zanahoria silvestre. Muchos neoyorquinos, al mirar desde las ventanas del barrio para artistas de Chelsea, se sintieron hasta tal punto asombrados ante la visión de aquella florida franja verde, reclamando profética y rápidamente la posesión de un trozo muerto de su ciudad, que por fin el lugar pasó a designarse oficialmente como parque público, bautizado con el nombre de High Line.

Por eso me alegra que en la nueva ampliación de la High Line (el último tramo de vías abandonado y adquirido por el ayuntamiento recientemente) que se inaugurará en breve hagan un pequeño homenaje a este paisaje original. Un tramo del parque, entre West 30th y 12th Avenue, será un simple camino que discurrirá a través de la vegetación espontánea existente. Una vía que permitirá disfrutar de las flores y hierbas que comenzaron a crecer entre las vías en cuanto desaparecieron los trenes de mercancías. Un homenaje a los verdaderos precursores de este parque inigualable que nos impida olvidar que hubo un tiempo en el que la High Line fue así:


























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