jueves, 11 de octubre de 2012

Antes de la High Line


Que no se me entienda mal. La High Line me gusta, es más, me encanta. La idea de recuperar una estructura férrea elevada abandonada para reconvertirla en jardín me parece estupenda. Y desde luego no soy el único que piensa así. Ayer leía que la High Line ya atrae más turistas que la mayoría de museos de Nueva York, y parece que ha dinamizado la zona por donde discurre hasta límites que ni los más optimistas preveían. No es extraño porque parte de conceptos que en sí mismos no tienen desperdicio: recupera una estructura ya construida cuya demolición hubiera costado un pastón, crea un pasillo verde elevado que no interfiere con el tráfico, evoluciona la idea de un jardín en el tejado a la de un tejado para el jardín, surge de la iniciativa y el empuje ciudadano, cuenta con diseños del paisajista posiblemente más afamado del momento y soporta principalmente plantaciones de perennes y arbustos que intentan que no olvidemos el espíritu de naturaleza  prístina del que surgió todo. Pero... ¿No es demasiado pulcra?. Esas baldosas, esos bancos de diseño, las barandillas impolutas, las plantaciones exuberantes de Oudolf. Entiendo que debe ser así, como parque público debe proporcionar comodidad y accesibilidad a los viandantes, y en realidad han ido más lejos de lo que lo hubiera casi nadie. Por ejemplo, no creo que haya muchos parques cuyo cuidado requiera del voluntariado ciudadano debido a un diseño que obliga a enormes labores de mantenimiento e impide el uso de maquinaria. Pero, ¿no han dado demasiado la espalda a lo que de verdad propició que la High Line exista? Otros jardines nacidos de una misma motivación, como el Schoneberger Sudgelande Nature Park de Berlín, han tratado de dar acceso a los ciudadanos a la vegetación espontánea que despertó la sensibilidad de los paisajistas y urbanistas. En la High Line, se ha hecho borrón y cuenta nueva. Se ha empezado de cero, buscando recuperar el espíritu de lo que allí crecía, sí, pero sin dejar rastro de lo que allí crecía. Y aunque sé que no podía ser de otra manera, porque no se me escapa que acondicionar una estructura como ese viaducto para el viandante requiere intervenciones disruptivas, me da cierta lástima. Porque ¿existiría la High Line si no fuera por la actividad colonizadora de unas cuantas especies dispuestas a recuperar el menor espacio que el hombre deje abandonado?. Si estas plantas no hubieran despertado con su belleza a unos cuantos neoyorquinos, ¿a alguien se le hubiera ocurrido construir ahí arriba un jardín?. En el libro El Mundo Sin Nosotros, Alan Weisman analiza en los primeros capítulos lo que sucedería con una ciudad como Nueva York si el hombre desapareciera de la faz de la tierra. Creo que su texto sobre la hipotética toma de la ciudad por la vegetación es un inmejorable resumen de lo que estoy hablando: 

Las primeras plantas ni siquiera tendrán que esperar a que se abra el pavimento. A partir del mantillo que se habrá ido acumulando en las cunetas, empezará a formarse una capa de suelo sobre el estéril caparazón de Nueva York, y las plantas no tardarán en brotar. Eso es precisamente lo que ha ocurrido, con mucho menos material orgánico disponible -solo el polvo y el hollín urbano arrastrado por el viento-, en una vía elevada abandonada del Ferrocarril Central de Nueva York situada en el West Side de Manhattan. Desde que los trenes dejaron de pasar por allí en 1980, a los inevitables ailantos se les ha unido una capa cada vez más gruesa de formental y betónica, acompañada de macizos de vara de oro. En algunos lugares, la vía asoma en el segundo piso de los almacenes a los que antaño servía en forma de elevados parterres de azafrán, iris, hierba del asno, áster y zanahoria silvestre. Muchos neoyorquinos, al mirar desde las ventanas del barrio para artistas de Chelsea, se sintieron hasta tal punto asombrados ante la visión de aquella florida franja verde, reclamando profética y rápidamente la posesión de un trozo muerto de su ciudad, que por fin el lugar pasó a designarse oficialmente como parque público, bautizado con el nombre de High Line.

Por eso me alegra que en la nueva ampliación de la High Line (el último tramo de vías abandonado y adquirido por el ayuntamiento recientemente) que se inaugurará en breve hagan un pequeño homenaje a este paisaje original. Un tramo del parque, entre West 30th y 12th Avenue, será un simple camino que discurrirá a través de la vegetación espontánea existente. Una vía que permitirá disfrutar de las flores y hierbas que comenzaron a crecer entre las vías en cuanto desaparecieron los trenes de mercancías. Un homenaje a los verdaderos precursores de este parque inigualable que nos impida olvidar que hubo un tiempo en el que la High Line fue así:


























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