viernes, 30 de octubre de 2015

El marrón también es un color... pero a partir del otoño

La última edición de la revista Verde es Vida incluye un artículo dedicado a los setos que arranca con la siguiente cita de Jacques Wirtz: "Un jardín que no es bello en invierno, no es un bello jardín". La cita hace referencia a la necesidad de que todo jardín cuente con una estructura que lo articule y le dé contenido más allá de sus elementos más decorativos, porque estos elementos casi siempre serán plantas cuyas flores y hojas serán barridos por el invierno y dejarán la arquitectura del jardín algo desnuda. Si queremos generar estructura que cubra las vergüenzas invernales de nuestro jardín, los setos pueden ser una excelente herramienta como tan bien demostró el maestro belga. Este hecho que es importante en cualquier tipo de jardín, lo es aún más en jardines de estilo naturalista en los que predominen las vivaces y las gramíneas. La parte aérea de estas plantas puede llegar a desaparecer por completo en invierno, por lo que aunque es fácil lograr resultados impactantes con ellas en primavera y verano, si no cuentas con los elementos estructurales que señalábamos corres el riesgo de tener algo más parecido a un erial que a un jardín durante unos cuantos meses del año. 
Cuando hablamos de elementos estructurales es fácil que la cabeza se nos vaya rápidamente hacia muros, borduras, caminos o enormes setos a los Jacques Wirtz, pero no tiene por qué ser así o al menos exclusivamente así. De hecho los grandes paisajistas que actualmente apuestan por un estilo naturalista en sus jardines, aunque no renuncian al empleo de estos elementos clásicos que en ocasiones pueden ser imprescindibles, a menudo confían el núcleo de sus diseños a otros factores algo más etéreos. La mayor aportación de los nuevos jardines naturalistas, eso que algunos llaman la Nueva Ola de Vivaces, más allá de sus encantos estéticos, es que han supuesto una revolución en muchos de los principios que soportaban la jardinería. Para empezar estos jardines nacen del deseo de lograr una atmósfera capaz de traer a nuestra imaginación sentimientos atávicos. No quieren enseñarnos la naturaleza, quieren despertar en nosotros el sentimiento de estar en la naturaleza, agitar la nostalgia de una naturaleza que sentimos perdida. Y parece que a nosotros, homínidos recién lanzados a la sabana desde los árboles, nada nos despierta tanto esas sensaciones como una buena pradera de hierbas y flores. Así que larga vida a las vivaces. Y así, el nuevo estilo ha dejado de lado la búsqueda del paraíso de los jardines amurallados de la antigüedad, el simbolismo oriental, la imitación de la Arcadia del jardín paisajista inglés, el antropocentrismo versallesco o el colorismo del macizo ornamental inglés para lanzarse a la búsqueda de algo más natural a nuestros ojos que la propia naturaleza. En esa búsqueda, autores como Piet Oudolf y otros que han seguido sus pasos, han aprendido a conocer y emplear las vivaces de flor y las gramíneas con una maestría que les permite obtener de ellas resultados espectaculares. 
Más allá de la estética y del poder evocador de sus jardines, encuentro que uno de los legados más importantes de los jardines de Oudolf reside en las cualidades temporales que un uso magistral de las vivaces otorga a sus jardines. Los tiempos de estos jardines son una auténtica revolución. Para empezar el tiempo de implantación es apto para impacientes. En su primera temporada un jardín de vivaces puede entregar resultados espectaculares y en tres años puede haber alcanzado algo parecido a la madurez. Créanme que entre tener un macizo de Miscanthus o tener un seto a lo Jacques Wirtz, puede haber una diferencia de muchos, muchos años. Podríamos decir que un jardín con anuales sería aún más rápido, pero ahí respondemos con el segundo factor temporal que distancia a estos jardines de otras aproximaciones con herbáceas ornamentales: el tiempo de vida de las plantaciones. Empleando vivaces capaces de ser persistentes o de reproducirse de manera espontánea en nuestro clima y suelo, es viable que un diseño adecuado nos aporte una relación tiempo de persistencia partido por coste de mantenimiento inmejorable. 
Y aún nos queda un tercer factor temporal que enlaza con las necesidades estructurales que palíen las carencias decorativas de las que hablábamos al principio: la evolución estacional del jardín. En primer lugar estos jardines pueden reducir en mucho esas carencias decorativas porque una selección adecuada de plantas te puede llevar a disponer de una plantación en la que los picos de floración de distintas especies se sucedan durante casi ocho meses. Es paradójico que esto puede ser así en parte porque sus diseñadores han optado por reducir la importancia de la decoración e incluso de la estructura en los jardines y se han desplazado hacia la composición y evolución de ecosistemas capaces de despertar una respuesta emocional muy concreta. Podríamos decir que abandonan la visión pictórica del jardín y se van a algo más parecido al teatro, o que sus jardines en lugar de una estructura arquitectónica persiguen una estructura narrativa con su introducción, nudo y desenlace. Y así, sus composiciones dejan en un segundo plano el color y se concentran en que todo el ciclo natural de las plantas encaje en un objetivo final de diseño. Las plantas brotan, florecen, decaen y mueren, y en cada una de estas fases aportan unos atributos estéticos distintos gracias a su estructura, textura y color en ese momento concreto. Es el solape y la alternancia de estas fases y atributos de muy diversas especies lo que genera el resultado final. Y aquí quizás llegamos a uno de los más innovadores atributos de la obra de Oudolf: su capacidad para hacernos percibir la belleza de las herbáceas incluso en sus fases de decadencia y muerte. Si las plantas de nuestro jardín dejan en su reposo invernal un bonito cadáver, ya tendremos cubierta gran parte de la belleza invernal que nos asegure tener un bello jardín. Pero para ello debemos ser capaces de percibir la belleza en algo que hasta no hace tanto nadie consideraba ni remotamente bonito. La defensa de Piet Oudolf de esta belleza de las plantas muertas se resume en su "Brown is also a color". 
Pues bien, a lo largo de este verano, he tenido algo así como una crisis de fe, en la que he sido incapaz de creer en las bondades del marrón. La larga sequía de este verano y mi contención en el riego han castigado con saña mi primera plantación de vivaces. Viendo el final de verano bastante mustio de esta plantación, he vuelto a estudiar con interés distintas aproximaciones a jardines de bajo riego en climas como el mío. Y he podido ver los resultados de un par de ellos. Lo más benévolo que puedo decir es que en el mes de septiembre había mucho marrón y mucho gris. Muchísimo. Demasiado como para que yo fuera capaz de percibir ningún tipo de encanto en ellos. Ya desesperaba y renegaba escéptico del marrón es un color, cuando en las últimas semanas he visto cómo delante de mis ojos se desarrollaba un proceso perceptivo muy curioso. En dónde antes veía una plantación moribunda, empecé a ver una composición de un colorido, estructura y textura que qué quieren que les diga, perdonen la inmodestia porque lo he plantado yo, pero me resultaba espectacular. Así que está claro que la percepción de la belleza es algo muy personal y que para mí el marrón es un color, sí, pero a partir del otoño. Porque esos tonos ocre que ahora asocio a un jardín en descanso, hace un mes me sugerían un jardín en agonía. Me gustaría que no fuese así porque me quitaría de la cabeza todas las preocupaciones del riego, pero creo que no voy a ser capaz, y que voy a tener que seguir trabajando en incorporar nuevos actores a mi pequeña obra de teatro. Actores que actúen al final del verano con el dramatismo suficiente como para distraer mi atención de todos los que mueren a su alrededor. Pero bueno, eso será más adelante. Ahora estamos en otoño y me puedo permitir disfrutar de todas la tonalidades de marrón de mi jardín.











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